jueves, 28 de febrero de 2013

Capítulo 17: La reina blanca.



Buenas a todos mis corazones. ¿Cómo estáis? ¿Andáis de exámenes? Yo sí, de hecho, en estos momentos debería estar estudiando, pero miradme, aquí estoy. Sé que el principio del capítulo puede llegar a ser muuuuuy aburrido, lo siento, pero es que hay cosas que aunque ahora no parezca que tengan sentido, tienen su por qué. Y siento que llevéis algunos esperando con ansias y os decepcione, no es una de mis mejores creaciones pero, en fin... El siguiente prometo que guarda un par de sorpresas:) Bueno, no tengo mucho más que decir, quería sólo agradecer a todos los que me leéis, para mí es un sueño que os guste esta pequeña historia que se me ocurrió tal día como hoy. ¡Un besazo y espero vuestros comentarios, vuestras críticas... Lo que queráis! :)

Kathleen volvió a pasar la plancha a través de sus mechones, el vapor manando de su cabello. No era tarea fácil lograr que su rizada melena quedara completamente lisa, por eso casi nunca lo intentaba. Sin embargo, para celebraciones como hoy, le gustaba verse arreglada.
Se retiró del lavabo, salió del pequeño cuarto de baño y volvió a su habitación. Tomó el vestido que había dejado sobre la cama y se lo puso. Era negro, de cuello cisne y con algunas pasamanerías debajo del pecho. Había pertenecido a Ellen, una de sus madres adoptivas y, por algún inexorable motivo, le tenía especial aprecio. Se puso también las medias de fantasía gris platino, y los tacones negros. Volvió a caminar hacia el cuarto de baño.
"No pasa nada, Kath", le dijo a su reflejo, inspirando, "sólo es una cena de Navidad", se dio una capa de polvos faciales y se pintó los labios con brillo rosa, "sólo otra cena más", se puso los pendientes y se pasó el rímel, "no tienes por qué estar nerviosa", expiró. Demonios, sí tenía por qué estar nerviosa.
Estaba sola con Jay y un grupo de personas cuyas intenciones con ella eran dudosamente buenas, en un internado perdido en mitad de ninguna parte, en un frío día de Nochebuena. ¿No sonaba todo a película de terror?
"Te sugestionas demasiado, chica", se convenció, mientras tomaba el abrigo y salía de la habitación.
Bajó al vestíbulo, donde la esperaba Jay. Se había vestido con una camisa celeste claro, que reflejaba el brillo de sus ojos.
-Hola, ¿listo?
-Sí- le dijo, una tímida sonrisa dibujándose en su rostro- todo lo que podría estarse.
-¿Nunca has estado en una cena de Nochebuena?
Jay negó con la cabeza, y exhaló un entrecortado suspiro.
-Mi primera familia de acogida no la recuerdo, tenía sólo tres años. Después, estuve cinco años viviendo con unos testigos de Jehová, y ellos no celebran ningún tipo de fiesta. Mi última familia de acogida me devolvió al Internado a los dos meses de conocerme, incluso antes de que llegara Navidad.
Su expresión era algo alicaída. Kathleen esbozó una sonrisa en señal de empatía.
-Bueno, hoy descubrirás la magia de la Navidad.
Jay asintió y se dirigieron al comedor del Internado, aunque ninguno de los dos esperaba descubrir aquella magia.
Jay abrió la puerta con sumo sigilo, y asomó la cabeza a través de una pequeña rendija, estudiando la situación.
-Señor Dennison- carraspeó el director, al notar su presencia- pase, por favor.
Abrieron plenamente la puerta y entraron.
El director los fulminó con la mirada.
-Creía que ustedes dos no podían ir juntos- comentó.
-Nos encontramos en la puerta- se apresuró a responder Kathleen.
El director asintió y se acercó a ellos. Llevaba un anticuado traje de chaqueta gris, a juego con su mirada depredadora, que parecía estar perforándoles la vista a los chicos.
-Vengan y conozcan a nuestra pequeña, familia.
Los condujo por la inmensa sala.
Tras la barra de la cafetería, se apoyaba Abby, inmersa en contestar los mensajes que recibía su móvil. A diferencia de Kath, ella se había rizado el pelo, y se lo había teñido con mechas de un sucio color magenta, a juego con su ceñido top de brillantes.
-Ey- musitó cuando los vio, dedicándoles la mueca más parecida a una sonrisa que era capaz de ejecutar.
Un poco más a la derecha, poniendo los cubiertos en la mesa, estaba doña Ida. Como de costumbre, se había embutido en un vestido hortera de estampados estridentes.
También se andaban pavoneando por allí Aurora, con su triangulada cara; y el doctor Greyback, tan serio como siempre.
-Bueno, creo que a todos los conocen- dijo el director, y movió la cabeza hacia la puerta que comunicaba el comedor con la cocina.
Los chicos se giraron hacia ella, y vieron salir a Margaret, quien, por su expresión, tenía las mismas ganas de ser partícipe en aquella cena que ellos.
-Hola, chicos- comentó, sus ojos marrón claro oscurecidos y sin vida.
Finalmente, salió tras ella una mujer portando una bandeja con un gran pavo en salsa. Ella sí que les era completamente desconocida.
-Oh, perdonen, es verdad.
Cuando la mujer llegó a la mesa, don Warwick se puso a su vera y les dijo:
-Mi mujer, la madre de Abigail.
La señora les dedicó una gélida sonrisa. Sus labios carnosos y sus pómulos salientes eran, obviamente, fruto de una cirugía. Además, era, al menos, diez centímetros más alta que Abby. Sin embargo, la piel estirada de un blanco impoluto, los fríos ojos de ese glacial azul claro, y el pelo rojizo demostraban su parentesco.
-Un placer conoceros, chicos, estaba intrigadísima. Abigail habla mucho de vosotros.
-Eh... Gracias- contestó Jay confundido- el placer es nuestro, señora Rumsfeld.
Las comisuras de la boca de la mujer se elevaron hasta formar una mueca de desagrado.
-Llamadme Grace, si nos os importa. Rumsfeld es agua pasada- y besó al director.
Ugh, asqueroso.
Tomaron asiento en la mesa: Jay a la derecha del director y a la izquierda del doctor y de Grace; Kathleen entre Margaret y Abby, y enfrente de Ida.
-¿Podemos empezar a comer ya? Es que se va a enfriar la comida- inquirió la prefecta, el gusanillo del hambre impreso en su gesto.
-Sí, Ida, puedes empezar- resopló Abby.
Acto seguido, la mujer se tiró sobre el plato de langostinos, y se puso a engullirlos de cinco en cinco. Los demás comenzaron a comer también.
Kath apenas probaba bocado, miraba alternamente a todos los presentes, sin saber bien qué esperar.
-Y... ¿Os gusta el Internado, chicos?- comenzó la madre de Abby, cortando un pedazo de rosbif.
-Sí, claro- le contestó Kathleen, tratando de esquivar su mirada.
Se centró en estudiarla y descubrió algo que la dejó fría: sobre la muñeca de Grace se perfilaban las letras griegas de Alfa y Omega, "El principio y el fin". Estaban marcadas del mismo modo que el tatuaje del infinito en la muñeca de Abby, de una forma que quedaba impresa en la piel, como hecho a conciencia.
Tragó duró.
-¿Cómo que estás tú aquí, Margaret?- se interesó Jay. Las palabras le salieron casi por accidente, sin pretenderlo siquiera. Temía que hubiera metido la pata.
Miró al doctor Loick, quien fulminaba a la bibliotecaria con la mirada. Ésta se apresuró a limpiarse las comisuras de los labios con una servilleta y a responder:
-Oh... Ya sabes. Iba a estar sola en casa y el director se ofreció cordialmente a invitarme a cenar con su familia.
-Realmente, ¿ustedes son familia? Si no es entrometerme en sus vidas privadas- siguió Jay, en sus trece.
"¿A dónde quieres llegar, rubio?", le gritó Kath con la mirada. La tensión en el ambiente se podía hasta cortar con un cuchillo, no necesitaban que Jay añadiera incomodidad al asunto.
Aurora se aclaró la garganta, y movió su alargada cola de caballo a ambos lados de la cabeza.
-Sí, digamos que somos muy amigos, pero nos hemos criado muy unidos.
Abby resopló, y miró a Jay de forma muy tentativa.
-Bueno, creo que podemos pasar al postre- trató de retomar Grace la conversación.
No es que les apeteciera mucho, algo les decía que habrían envenenado la tarta o que contendría una bomba al estilo Peter Pan, quién sabe.
Finalmente, todos accedieron y se dirigieron al salón a comer el postre.
Kath se sentó en el mismo sofá que Margaret.
-¿Quieres mi pedazo de tarta?- le tendió el plato de desmoronado pastel de fresas.
-Crees que tiene matarratas o que está hecha con cuchillos, ¿eh?- le dio un suave codazo y le sonrió de forma cómplice.
Un poco más allá, sentados en una mesa camilla, estaban Jay y Loick, jugando al ajedrez.
-Mueve tú- le indicó el doctor, moviendo la cabeza hacia las fichas negras.
Jay titubeó un poco, tomó un alfil y lo cambió de posición varias casillas en diagonal. El señor Greyback le sonrió astutamente, los afilados dientes asomándole.
-¿Te gusta el ajedrez?- le preguntó, moviendo un peón. Era un movimiento sin mucho sentido; sólo servía para dejar descubierto al rey.
-S-sí- la voz le temblaba- me enseñó mi tutor en el orfanato, era un gran aficionado.
El doctor Greyback se apoyó el rostro sobre la mano, y volvió a sonreír de manera desafiante.
-Debió enseñarte ciertas cosas.
Agarró con fuerza la reina blanca y la movió, matando al alfil negro de Jay.
-Jaque.
Mientras Jay movía un peón, él seguía hablando.
-¿Ves a la reina? Es mi figura favorita. Parece tan vulnerable; pero sabe moverse con sigilo, por todas las direcciones. Es una asesina mortal- su cara se arrugó, sonriendo de nuevo.
-Es una forma muy drástica de ver el juego.
Loick se inclinó hacia atrás, soltando un sonido gutural que parecía una carcajada. El maloliente tufo del alcohol taponó la nariz de Jay.
-Es mucho más que un juego- se volvió hacia delante, acercándose más y más al chico- es la vida. Tienes que estar atento, fijarte bien. Siempre tienes que ir un paso por delante, calcular tu jugada. Tú ibas esperando comerte a mi rey, pero no habías contado con mi movimiento. Si sigues así, querido Jay- la conversación comenzaba a convertirse en un susurro, algo entre ellos dos- algún día, quizás, un movimiento te contamine.
Un escalofrío recorrió la espina dorsal de Jay. Ese color de ojos... ¿Dónde lo había visto antes? Lo asociaba con un mal recuerdo.
¿Por qué en torno a esas personas todo eran malas vibras?
                                                                     -o-
Clic, clic, clic. El sonido del tecleo inundaba la habitación. La chica se apresuraba a escribir algo en la barra de navegación de Google.
De repente, la puerta se abrió.
-Sissie... ¿Qué estás haciendo?- le preguntó Keegan, sorprendido.
Se suponía que, tras la cena de Nochebuena, Sissie iba a ir a una fiesta a la casa de campo de la familia Lloyd con Keegan.
-Estoy... Buscando una cosa- le contestó, sin apartar la vista de la pantalla. Agitaba el ratón a través de la mesa, sus ojos vagando y leyendo la información ante ellos.
-Sissie, cariño, no es por ponerme pesado, pero mi hermano nos está esperando abajo en el coche. ¿Tan importante es lo que estás buscando?
Sissie se volteó hacia él y lo miró, sus límpidos ojos turquesa muy abiertos.
-Estoy... Preocupada.
-¿De qué, cariño?- se acercó a ella y la tomó de las manos. Jugueteó, pasándole suavemente los dedos sobre sus nudillos y besándoselos- Me lo puedes contar, ¿sabes?
-No sé, creo que tienes razón.
-¿Sobre qué?
-Sobre... Margaret. No sé, fue como una iluminación que tuve esta tarde, cuando hablé con Kathy y me dijo que la bibliotecaria también estaba en la cena. Todos sabemos que cuando el director deja entrar a alguien a su clan, es porque es de los suyos.
-¿Y qué piensas hacer?
-Mira.
Le mostró los resultados de búsqueda. Había distintas ventanas abiertas, y en cada una había buscado uno de los titulares de periódico que escondía Margaret en su carpeta. No había nada llamativo; todo eran historias inconexas sin ningún punto común, sin nada que las pudiera relacionar.
Keegan se inclinó sobre la pantalla, cliqueó dos veces y abrió una nueva pestaña.
-¿Por qué no probamos a buscar el nombre de Margaret?
Tecleó Margaret Barrett.
-¿Qué estamos buscando exactamente?
-Facebook, MySpace, blog, noticia de periódico que la relacione con un delito. Premio Nobel que haya ganado. Su diploma de universidad. Lo que sea.
Keegan calló y miró la pantalla, abriendo los ojos como platos. Sissie estaba igualmente anonadada.
Ni redes sociales, ni blog, ni nada.
No hay resultados para su búsqueda, era todo lo que inundaba la pantalla del monitor.
Como si Margaret no fuera real. Como si no existiera.
                                                                        -o-
-Barto, shhh, ven, bonito- susurró Kathleen en la penumbra.
-¿Quién es Barto?- dio un respingo al oír la voz a sus espaldas. Se volvió rápidamente.
-Eh...- se mordió el labio y encaró a Jay- nada. Creo que estás un poco obsesionado. Sólo decía, um, que es muy bonito el cuadro que pintó, eh, Sissie.
-No conocía la faceta de artista de Sissie- las comisuras de los labios de Jay se fueron elevando poco a poco, hasta formar una amplia sonrisa.
-Es, um, un secreto de Estado o algo así- comentó Kath, pasándose apresuradamente las manos a través de su cabello.
-¿Y contabas lo de que te gusta el cuadro para quién, para ti misma o para ese cachorro de pastor alemán que se revuelca en tu alfombra?- levantó la vista y sobre la cabeza de Kathleen, descubriendo a Barto corretear tras de ella.
Kath suspiró.
-Soy una pésima mentirosa, lo sé- tomó a Barto entre sus brazos, lo acarició y dejó que babeara toda la cara de Jay- la madre de Sissie quería deshacerse de ellos. En teoría, se lo hemos vendido a la madre de Abby.
-No creo que en casa de Grace Rumsfeld haya más perros aparte de ella- aguantó la risa-. Bueno, sí, su hija. Y el director. Aunque creo que ni los perros son tan animales como ese hombre. ¿Recuerdas la cabeza de elefante en su despacho?-se estremeció.
Una sensación de frío hielo se deslizó a través de Kath, inundándola.
-Bueno- comenzó, sólo por sacar conversación y evitar los pensamientos sobre animales muertos que se sucedían en aquellos momentos en su mente- ¿A qué has venido, a averiguar lo del perro, o hay algo especial que quieras decirme?
Jay se inclinó hacia delante, quedando a escasos centímetros de ella, sus rostros tan cercanos que podían sentir el aliento y la respiración del otro.
El pulso de Kath se aceleró, el corazón a punto de salirse de su pecho. Tragó duramente saliva.
-No te asustes, Ojos Verdes, no te estoy rozando- la tranquilizó Jay con su calmada voz. Podía sentir el miedo que se apoderaba de ella.
Sabía que aquello no estaba bien. Sabía que debería dar varios pasos atrás como mínimo. Y, sin embargo, allí estaba esa extraña atracción que la anclaba al suelo. Sus pies se hacían pesados y se negaban a responder ante la alarmante orden de su cerebro de poner distancia entre ellos. Ese magnetismo que crecía entre ellos no podía augurar nada bueno.
-Relájate- siseó.
-Lo estoy- le contestó ella, fallando en el intento de sonar casual.
-La puerta congelada te delata- apuntó.
Miró sobre su hombro, a la puerta entornada tras de ella. En el punto donde tenía apoyada la mano-algo húmedo debido a la fría y pesada tormenta que se cernía sobre el Internado- se había formado una gruesa capa de escarcha. Odiaba sus poderes.
Y odiaba la forma en que Jay era tan sibilino. Sin embargo, de cierto modo la inteligencia del chico era motivo de su adoración, junto con tantas otras cosas.
-No me entretengo más, aunque sabes que adoro tu compañía, ejem, que tenemos cosas que hacer- murmuró, la sombra de una sonrisa dibujada en su rostro-Margaret me ha dicho que trataría de entretener al director y su pandilla. No sé ya si la bibliotecaria es de fiar, pero no tenemos mucho más a lo que aferrarnos. Sígueme.
¿Por qué estaba siguiendo a Jay en mitad de la penumbra? Sí, dudaba que, precisamente él, la fuera a asesinar a sangre fría, pero no es que fuera la idea más inteligente que los encontraran perdidos en mitad de la noche. Ay, Dios santo, se estaba volviendo paranoica.
Llegaron al final del pasillo de la segunda planta.
-¿Qué estamos haciend...?
-Chst- fue el único sonido que profirió, mientras forcejeaba con la cerradura de lo que, aparentemente sólo era un armario de la limpieza.
Cuál no sería la sorpresa de Kath cuando lo abrieron y descubrieron un pasadizo que conducía a algún lugar cavernoso.
Se colaron y comenzaron a subir las estrechas escaleras de caracol. Eran de piedra caliza, oscuras, silenciosas y mortíferas. El agua se filtraba a través de la numerosas grietas de sus paredes, empapándoles las cabezas. Por no hablar de las telarañas que pendían del techo, y ese halo de misterio que los envolvía. Cualquier mínimo sonido habría parecido peligroso allí.
Siguieran andando a ciegas, hasta subir encima del todo y hallar una puerta que, al abrirla, no era otra cosa que una de las estanterías de la buhardilla.
-¿Cómo lo has sabido?
-No lo sabía- se sonrojó Jay, tomando un catalejo del suelo y llevándolo sobre su ojo- sólo quería probar a ver a dónde íbamos.
-Pues acertaste- Kathleen se sentó en el frío suelo de madera, y estudió atentamente la estancia. Seguía resultándole mágicamente atractiva.
Observó un gran baúl de caoba un poco más allá de la ventana. Se acercó y se agachó a su lado.
-¿Necesitas ayuda?
-No soy tan manitas como tú, pero espero que si tiene la llave puesta podré abrirlo.
Jay se sonrió y volvió a su ensoñación leyendo las contraportadas de los libros de la estantería. Todos eran de temas fantásticos.
Kath terminó su guerra contra el cerrojo y abrió el baúl. Nada más hacerlo, el olor a tinta, moho y papel antiguo llenó el ambiente. Miró detenidamente el contenido. Sólo había cartas, cartas y más cartas. Alguna fotografía extraviada, algún diario, papel de envolver regalos...
Tomó varias cartas y las apoyó sobre su regazo.
-¿Algo por ahí?
-No gran cosa. Son correspondencias entre una tal Rosalina Witter y un matrimonio, los Morris. A ver...- sopló el polvo sobre los nombres de los remitentes- Bessie y Roy Morris.
-¿Algo que nos pueda servir? Leámoslas.
-Eso es violar la intimidad de las personas ajenas, Jay.
-Ya, pero a lo mejor esas personas son las que traman algo contra nosotros, ¿no te parece?
-También es cierto- recapacitó.
Así es como ambos se encontraban abriendo sobres raídos con sellos coloridos de Edimburgo y Belfast, principalmente. Aunque había unos cuantos de Londres.
-¿Qué tienes tú?- inquirió Kathy.
- "Belfast, 8 de noviembre de 1993
     Queridos protegidos míos:
     ¿Qué tal estáis? Las cosas no se tercian bien por aquí. La marea ruge fuertemente, y el agua que salpica planea con esconchar aún más los finos muros de la casa de Ben. No sé si podremos soportar el invierno que se nos presenta.
Además de eso, estoy preocupada. Los de la Hermandad están pululando por aquí. He visto a ese cretino de Greyback por el mercado del pueblo con su hermano pequeño y, no sé quién era la muchacha, tal vez Aura-aunque según tengo entendido, ahora insiste en que la llamen Aurora. Tiene la cara mucho más blanquecina y sus facciones son más puntiagudas. ¿Habrá invertido otra vez en una cirugía de cara? Lo que sea. Me temo que han descubierto nuestro escondite. Quizás me vea obligada a pasar con vosotros la Navidad. Seguro que a Dani le alegra la noticia. ¿Creéis que sería posible, o estáis muy ocupados? Llamadme. Por cierto, por si Gill Bessie lo quiere saber, seguimos sin noticias. Terminaré por perder la esperanza.
Espero vuestra contestación. Vuestra siempre, GM"
Kathleen, ignorando la estupefacción que le producía el hecho de que quien fuera mentara a  los Greyback y Aurora como algo malo en aquella carta, pasó a leer la suya.
-"París, 17 de julio de 1996
   Querida tutora nuestra:
   ¿Sabías que París ciertamente es la ciudad del amor? Sus calles abarrotadas de gente, el aroma de café y cruasanes en todos los escaparates, la tranquila fluidez del Sena, el lento atardecer cerniéndose sobre la Torre Eiffel... La cadencia tan musical del acento francés y sus baguettes me enamoran. Quizás le sugiera a "Bessie" que nos mudemos aquí cuando la bebé nazca. Nunca imaginé que sentiría este remolino de emociones por su nacimiento. Tan sólo está de cuatro meses pero, oh, cuando fuimos al ginecólogo se le veían claramente todos y cada uno de sus miembros, su corazoncito palpitando lentamente. Necesito verla. Hablando de bebés, espero que todo con tu nieto esté bien. Nos dejaste muy intrigados la otra noche con lo que nos contaste. Telefonéanos en cuanto puedas. Sed fuertes. Tuyos siempre, G y C"
-Yo tengo otra cosa aquí- comentó Jay, metiendo la cabeza en el baúl-. Mira- le mostró un pedazo de papel con los bordes quemados.
-¿Qué pone?
-Hijos de agua y f. Se ha borrado lo otro. ¿De veras crees que esto es importante para nosotros en algo?
-G y C eran Gill y Cedric, querido. Ésa es la prueba de que no murieron, sólo huyeron y tomaron una identidad secreta; y lo de "Hijos de agua y f" debe ser algo importante relacionado con ellos.
-¿Cómo estás tan segura, 007?
-El baúl es de Gaelle Milner, su tutora.
-De eso sí que no tienes pruebas.
Kathleen bajó la tapa del baúl y Jay leyó claramente en la etiqueta: Gaelle P. Milner.
Jay sonrió abiertamente.
-Vaya, yo dándomelas de detective y el verdadero cerebro pensante eres tú.
-Bueno...- Kathleen enrolló un mechón de pelo en su dedo, sonrojándose- Ahora tenemos muchas piezas del puzle, nos falta encajarlas y darles sentido.
-Vale- le guiñó un ojo-. Realmente, me gusta la idea. Se te ve muy atractiva cuando estás investigando.

14 comentarios:

  1. AKDNFSKJBSNAKJFVAJDHJDDGJUHAGD Nada más que decir.

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    1. Espero que ese "AKDNFSKJBSNAKJFVAJDHJDDGJUHAGD" sea que te ha gustado JAJAJAJA:))

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  2. El capítulo genial como siempre, además, las cosas ya se van aclarando. Espero el siguiente con ansias.
    Besos :)

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    1. Me alegra que te haya gustado:) Sí, realmente queda aclarar muchas cosas (entre ellas, un par de sorpresas que tengo guardadas). Awww, espero poder subir el siguiente pronto, que ahora tengo tantos exámenes... ._. Besoooos

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  3. SI!!!!!!!
    capitulo nuevo!
    estoy feliz de que hayas subido capitulo! lo e estado esperando, y es extra largo. ME a encantado, espero que no demores en subir el siguiente, lo espero con ansias!
    Saludos!

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    1. Que estés feliz porque yo suba capítulo es tan surrealista y a la vez tan asdfghjklñ para mí *-* Sí, he intentado hacerlo más largo por lo mismo, quería que vuestra espera mereciera mínimamente la pena. No sabes lo que me emociona que os guste; trataré de publicar el 18 lo más pronto que los exámenes y trabajos que tengo me permitan. ¡Un saludo y un beso!

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  4. Me encantaaaaa, por Dios está genial sigue por favor!!!+
    http://macherieladyartiste.blogspot.com.es

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  5. AH, ME MUERO. Palabras muy alentadoras, muchísimas gracias :3 Trataré de subir en cuanto pueda.

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  6. Ha merecido la pena la espera ,¡Me ha encantado! A ver si te despejas pronto de examenes y puedes publicar los siguientes...
    Besos!!

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    1. Bueno, si la espera mereció la pena, estoy haciendo algo bien jaja. Espero despejarme pronto, es como que un gran agobio todo...
      ¡Un beso!

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  7. O_O
    Me encanta!! Jay y Kath son tan monos!
    Sabes que el estilo de Ida me recuerda a mi profesora? jajajaja
    El capitulo es genial y muy interesante
    Muchos besos

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  8. Jajajaaja me alegra mucho que pienses que son monos :3
    ¿Sí? JAJAJA bueno, supongo que es una crítica a las profesoras horteras en general ;)
    Muchas gracias, muchos besos para ti linda *-*

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  9. muy intrigante.. aquí todos están en el ajo!! (no me gusta nada ese doctor!!)

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    1. Llega un momento en el que no sabes de quién fiarte... *a*
      A mí tampoco, es muy desagradable (y lo he creado yo xD)

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