Buenaaaaaas :) Siento si alguien se esperaba ayer capítulo y no subí, pero pasé el día en casa de mis primos y después por la noche salí a cenar con mis amigas (entendedme, era viernes por la noche jajaja); aunque de todas formas yo ya advertí que subiría más bien cada dos o tres días. En fin, que me alargo: disfrutad el capítulo y muchísimas gracias por leerme :D ¡Un besazo!
-¡Vamos, vamos, vamos! Ciento treinta y tres, ciento treinta y cuatro,
ciento treinta y cinco… ¡Seguid corriendo, pandilla de zánganos!- la voz del
profesor de Educación Física resonaba por toda la pista.
Correr durante hora y media por la pista de Atletismo ya era de por sí una
tortura en días normales, más cuando los termómetros rozaban los treinta
grados. Las chicas usaban sus tops
más cortos, y algunos chicos ya hasta se habían deshecho de la camiseta. Todos
se preguntaban cómo a finales de septiembre que estaban, en Inglaterra podían
alcanzarse semejantes temperaturas. Bueno… Todos no.
Kath no había dejado en todo el tiempo de observar las gotas de sudor
recorrer las sienes de Jay. El calor subía y bajaba conforme lo hacían esas
gotas. Ella sabía que, del mismo modo que ella provocaba lluvias, él arrastraba
consigo olas de calor. Desde la parte de detrás de la carrera, trataba de
enviar un poco de lluvia con el pensamiento, pero no servía. Con los poderes de Jay interfiriendo con los
suyos, apenas logró que cayeran dos gotas que no resultaron ni perceptibles
siquiera.
-La culpa es del nuevo- oyó mascullar a un cansado Callum- desde que
llegaron él y la otra pava, todo el día están ocurriendo cosas extrañas.
En cierto modo, era verdad. Ni Jay ni ella eran personas normales. Pero eso
nadie lo debía saber. A excepción del director, claro, y de su magnífico plan
para separarlos. Bien pensado, debería hablar con Jay sobre ello. La historia
de Gill y Cedric le hacía plantearse muchas cosas.
Media hora después, treinta adolescentes se encontraban tendidos sobre el
césped, fatigados y rendidos tras una larga carrera y una ducha con agua
helada.
Jay y Keegan conversaban (o, al menos, intentaban hablar sin quedarse sin
aliento), cuando Kathleen los interrumpió.
-Hola. Keegan, ¿nos dejas un momento a solas, por favor?
-Sí, claro, chiquitina. Cuídamelo. Cuando terminéis, estoy allí con Sissie.
-Gracias. Hola, Jay, necesito hablar contigo, ¿me puedo sentar?
-En teoría tú y yo no debemos estar cerca…
-No debemos tener acercamientos, pero creo que sentarme a un par de metros
de ti es legal.
-Bueno, por mí no hay problema. ¿Qué quieres?
-Hace calor por tu culpa, ¿a que sí?- susurró.
-¿Tú como lo sabes?
-Porque al igual que cuando tú cambias de humor provocas cortocircuitos en
la luz, fuego o calor, yo provoco lluvia, o agua congelada y hervida. Te he
observado y sé que eres como yo. Además, Plassmeyer me dijo que no me podía
acercar a ti porque no sabía cómo reaccionarían esos poderes nuestros.
-Vaya, una chica lista, sí señor. Ya, en fin, a mí también me dijo lo
mismo. Yo pensé que tú tenías los mismos poderes
que yo, y lo que querían evitar era el choque de gente paranormal igual. Ya
sabes, por eso de <<los iguales se repelen y los opuestos se atraen>>. Aunque en realidad a mí me parece una tontería, ¿no crees?
-Eso mismo quería decirte. Que no tiene mucho sentido. Ya hicieron lo mismo
hace treinta años con dos chicos como nosotros y la cosa acabó en tragedia. De
todas formas, creo que sin investigar, sería mejor que siguiéramos las
instrucciones de Plassmeyer. Tal vez sea peligroso que nos toquemos. Así que me
voy antes de que…- se levantó de la hierba e hizo ademán de darse la vuelta.
-¡Espera, Kathleen!
-Dime.
-Pues, esto que me gustaría si pudiéramos alguna v…
La frase quedó en el aire. A ambos les sorprendió una mata de pelo rojizo
que se abalanzó sobre Jay. Abby.
Le dio un beso pasional y se despegó a tiempo para ver cómo se marchaba
Kath, triste, a la vez que el cielo se oscurecía.
-¿Qué haces, gilipollas?
-Mi amor, yo…- empezó a responder, cabizbaja.
-¿¡MI AMOR!?¿De verdad crees que tú y yo somos algo? ¡Tú no eres más que
una macarra de poca monta! Sí, eres guapa, agradable y divertida, hasta ahí. Me
pareces atractiva, pero ni remotamente me gustas. ¿Qué estás haciendo?
-¡Pues si yo me he hecho ilusiones ha sido por tu culpa, so gilipollas!
Todos los tíos sois iguales- gritó, y se marchó llorando avergonzada. No estaba
acostumbrada a ser rechazada así. Más cuando tenía que conquistar a ese chico
en concreto.
Jay se fue también. El desencuentro con Abby lo puso muy nervioso.
Corrió y se marchó camino del desván. Había escuchado que allí se encontraba
un libro en el que se recogían las “Leyendas del Brotherhood”. Debía averiguar
cuanto antes si los chicos de hace treinta años que le había nombrado Kath,
aquellos que se parecían a ellos, eran seres reales. Pero su viaje no llegó a
buen puerto.
-¿Qué haces ahí?- oyó una voz tras de sí, cuando estaba a un paso del
primer escalón a la buhardilla.
-¿Y qué haces tú siguiéndome, Callum?
-Es que no me fío un pelo de ti, guaperas- le acusó con un dedo- desde que
llegaste están sucediendo cosas raras. Mira, si te traes algo raro entre manos,
ahora mismo me lo dices. Si me mientes, ten por seguro que iré al director.
¡Qué querrás buscar tú ahí arriba, niñato!
Después del altercado anterior, Jay estaba tenso y con los nervios a flor
de piel. Lo único que necesitaba ahora era al acusica de Callum siguiéndole los
pasos y amenazándolo con chivarse.
-Mira, Callum, baja los humitos, eh. ¡Que estás equivocándote y mucho
conmigo!- le recriminó. Le dio un fuerte empujón.
…Y entonces sucedió. De las manos de Jay salieron disparados, como si de un
láser se tratara, largos hilos de electricidad. La sacudida llegó hasta Callum,
y lo dejó tendido en el suelo, completamente inconsciente.
-¡Callum!- gritó asustado- ¿Callum estás bien? Oh Dios mío, ¿Qué he hecho?
¿Callum? ¿Estás vivo?
Se relajó al oír los latidos de su corazón, lentos, pero a fin de cuentas
latidos. Sin embargo, tenía un medio fiambre en los brazos. ¿Qué hacía ahora,
lo llevaba a enfermería? “Claro que sí, Jay, tú lo llevas y dices <<Buenos días, aquí les traigo el cuerpo sin consciencia de mi compañero de
habitación. ¿Qué por qué está así? Oh, nada, es que le di una sacudida
eléctrica con mis manos>>. Qué idiota eres. Bueno, podría decir que nos
peleamos, pero entonces me llevaría un severo castigo y…”. Tuvo que interrumpir
sus pensamientos. El chirriante sonido de unos tacones se aproximaba hacia
allí. Sin pensarlo, arrastró el cuerpo casi inerte de su compañero hasta el
armario más próximo que encontró. Tuvo que sacar a velocidad fugaz varias
enciclopedias para poder meter a Callum, pero finalmente lo consiguió.
-¿Qué hace, Dennison?
Los ojos avellana cubiertos de eyeliner
de Ida Applewhite le miraban expectantes, esperando alguna respuesta.
-¿Yo? Bueno pues yo… Nada… Buscaba… Eh… Una enciclopedia, sí- dijo cogiendo
uno de los tomos que había dejado tirados por el suelo- Para un trabajo de
clase, ya sabe.
Los sorprendió el breve tintineo de la luz de una de las LED que colgaban del techo. Jay sabía
el significado de aquel parpadeo: estaba a punto de estallar en tensión; pero
supo bien cómo disimularlo.
-¿Y usted no sabe que ha terminado el intercambio de clases? ¡Usted debería
estar ahora mismo en clase!
-Sí, ya… Pero es que se me ha hecho
un poco tarde buscando el libro. No pasará más, se lo prometo.
-Ya, ya, eso espero. ¿Y donde está Margaret, la bibliotecaria?
Jay elevó brevemente los hombros, como indicando que no tenía ni idea.
-Probablemente comiendo.
-Con que comiendo, eh… Se va a enterar la señoritinga esa cuando yo la
pille… Se acabaron aquí tantos descansitos, ¡hábrase visto! ¡Con el dineral que
le pagamos y todo el día por ahí! Y encima como me tiene esto, con todas las
enciclopedias desparramadas por el suelo y las luces que parecen un baile de
borrachos… ¡Se va a enterar, sí señor!
Mientras Jay volvía a clase, tuvo que ir escuchando los desvaríos de Ida y
sus continuos ataques contra la pobre Margaret. Se sintió culpable. En
realidad, el único pecado de Margaret había sido tardar demasiado en volver de
comprarse un sándwich. Todos los demás problemas corrían a cuenta suya.
Los sentimientos de culpabilidad se le desvanecieron cuando entró a la
clase y tuvo que explicar dónde estaba Callum, que lo habían visto por última
vez siguiéndole. “No se encontraba bien”, mintió, “Está descansando en el
cuarto”.
Vale, había colado, pero él tenía escondido un chico en el armario de la
biblioteca. ¿Cómo lo sacaría de allí sin levantar sospechas? Y, ¿cómo lo
reanimaría? Peor aún, que le hubiese vuelto la consciencia, saliera solo del
escondite y lo delatara. No, suponía que con la fuerza que le había dado la
descarga, Callum “dormiría” varias horas.
El problema residiría más bien, en si no lo habían encontrado ya. Entonces
sí que tendría que dar explicaciones.